(Una Historia de la vida real)
Una
tarde de febrero del año 2000, alguien toco la puerta de la casa de Martha, esta
última, ama de casa de 35 años, con 4 hijos, el mayor de 15, el menor de tan
solo un año y uno más del cual ella ignoraba su existencia, pero que para esa
fecha ya llevaba un par de semanas gestándose en su vientre. Aquel que había
llegado a casa de Martha, no era portador de buenas noticias, le pidió que
fuera urgente a responder una llamada que le estaban haciendo de larga
distancia, ella, como si su corazón presintiera la tragedia corrió hacia la bocina
desde la cual le darían la noticia, esa madrugada su esposo Mauricio un humilde
conductor de tractomula, había sido asesinado en una desolada carretera de
Buenaventura, había chocado con una camioneta y uno de los pasajeros de esta,
murió, al parecer los otros quisieron tomar venganza y a eso de las 2:00am le
propiciaron a Mauricio un disparo en su pecho arrancándole la vida, que podía
hacer Martha más que derrumbarse en lágrimas y sentir como el corazón se le rompía
en pedazos, que más podía hacer que enfrentar lo tortuoso del traslado del
cuerpo, el velorio, el entierro, la soledad, y su embarazo; justo en esta parte
de la historia aparece Saúl quien fue el jefe de Mauricio por muchos años y con
quien Martha intento negociar algún tipo de indemnización, la cual Saúl le
negó, eso sí, siempre, muy influenciado por su esposa La Señora Rosa, Martha
intento recurrir a la justicia entablando una demanda para exigir sus mínimos
derecho, pero así, al mejor estilo de una novela mexicana, Saúl y Rosa se
encargaron de humillar a Martha y suciamente se valieron de artimañas, mentiras
y testigos falsos para que el juez fallara a su favor y lo logró, Martha ya no
tenía otra salida, tuvo que vestirse de guerrera y sacar a sus hijos adelante
sin dinero, sin trabajo, sin nada, únicamente con su alma entristecida, con una
vida en su vientre y con 4 almas más que no podía dejar morir de hambre.
El
mundo no se detuvo, si el mundo no se detiene por grandes masacres, no lo iba a
hacer ahora por el asesinato de un hombre humilde, así que la vida siguió su
curso.
Doce
años después, en una tarde común y corriente, hacia el norte de la sabana de Bogotá
se alzaba una enorme y oscura columna de humo, el tráfico se represó, sonaban
las sirenas de bomberos, policía y ambulancias, horas más tarde, alguien volvió
a tocar la puerta de la casa de Martha, nuevamente portaba malas noticias.
Diego, un joven que aún no tenía ni 30 años, iba manejando una tractomula
cargada con combustible, apenas iniciando su viaje choco con otra igualmente
cargada de gasolina, cuentan que, mientras el conductor de la otra tractomula
quedo atrapado en la cabina, Diego logró bajarse, intento correr, pero el
combustible regado en la carretera le hacía resbalar y caer una y otra vez, la
explosión era inminente, el fuego no se hizo esperar, una hoguera de
proporciones incalculables cegó la vida de Diego, los que lo vieron, cuentan
impresionados que medicina legal no entrego más que un trozo de carbón sin
forma de unos 40 o 50 centímetros, un cumulo de cenizas irreconocibles. Martha
pudo sentir el mismo dolor de aquella vez que a su casa llego un cajón con el
cuerpo sin vida de Mauricio y aunque Martha nunca hubiera deseado esto para
Diego, ella y todos muy en el fondo sabían que la vida estaba, de una manera
absurdamente cruel, haciendo justicia. Qué tenía que ver Martha con Diego?.
Todo, Diego era el hijo mayor de Saúl y Rosa.
Por: Nancy González, Columnista invitada.
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