miércoles, 11 de febrero de 2015

El otro lado de la calle, La vida le hace justicia a los Marginados


(Una Historia de la vida real)



Una tarde de febrero del año 2000, alguien toco la puerta de la casa de Martha, esta última, ama de casa de 35 años, con 4 hijos, el mayor de 15, el menor de tan solo un año y uno más del cual ella ignoraba su existencia, pero que para esa fecha ya llevaba un par de semanas gestándose en su vientre. Aquel que había llegado a casa de Martha, no era portador de buenas noticias, le pidió que fuera urgente a responder una llamada que le estaban haciendo de larga distancia, ella, como si su corazón presintiera la tragedia corrió hacia la bocina desde la cual le darían la noticia, esa madrugada su esposo Mauricio un humilde conductor de tractomula, había sido asesinado en una desolada carretera de Buenaventura, había chocado con una camioneta y uno de los pasajeros de esta, murió, al parecer los otros quisieron tomar venganza y a eso de las 2:00am le propiciaron a Mauricio un disparo en su pecho arrancándole la vida, que podía hacer Martha más que derrumbarse en lágrimas y sentir como el corazón se le rompía en pedazos, que más podía hacer que enfrentar lo tortuoso del traslado del cuerpo, el velorio, el entierro, la soledad, y su embarazo; justo en esta parte de la historia aparece Saúl quien fue el jefe de Mauricio por muchos años y con quien Martha intento negociar algún tipo de indemnización, la cual Saúl le negó, eso sí, siempre, muy influenciado por su esposa La Señora Rosa, Martha intento recurrir a la justicia entablando una demanda para exigir sus mínimos derecho, pero así, al mejor estilo de una novela mexicana, Saúl y Rosa se encargaron de humillar a Martha y suciamente se valieron de artimañas, mentiras y testigos falsos para que el juez fallara a su favor y lo logró, Martha ya no tenía otra salida, tuvo que vestirse de guerrera y sacar a sus hijos adelante sin dinero, sin trabajo, sin nada, únicamente con su alma entristecida, con una vida en su vientre y con 4 almas más que no podía dejar morir de hambre.

El mundo no se detuvo, si el mundo no se detiene por grandes masacres, no lo iba a hacer ahora por el asesinato de un hombre humilde, así que la vida siguió su curso.


Doce años después, en una tarde común y corriente, hacia el norte de la sabana de Bogotá se alzaba una enorme y oscura columna de humo, el tráfico se represó, sonaban las sirenas de bomberos, policía y ambulancias, horas más tarde, alguien volvió a tocar la puerta de la casa de Martha, nuevamente portaba malas noticias. Diego, un joven que aún no tenía ni 30 años, iba manejando una tractomula cargada con combustible, apenas iniciando su viaje choco con otra igualmente cargada de gasolina, cuentan que, mientras el conductor de la otra tractomula quedo atrapado en la cabina, Diego logró bajarse, intento correr, pero el combustible regado en la carretera le hacía resbalar y caer una y otra vez, la explosión era inminente, el fuego no se hizo esperar, una hoguera de proporciones incalculables cegó la vida de Diego, los que lo vieron, cuentan impresionados que medicina legal no entrego más que un trozo de carbón sin forma de unos 40 o 50 centímetros, un cumulo de cenizas irreconocibles. Martha pudo sentir el mismo dolor de aquella vez que a su casa llego un cajón con el cuerpo sin vida de Mauricio y aunque Martha nunca hubiera deseado esto para Diego, ella y todos muy en el fondo sabían que la vida estaba, de una manera absurdamente cruel, haciendo justicia. Qué tenía que ver Martha con Diego?. Todo, Diego era el hijo mayor de Saúl y Rosa. 


Por: Nancy González,  Columnista invitada.

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