Julianas gratinadas
Las ideas que atisbaban ansiosas,
se aglomeraron sobre la mantequilla
previamente derretida al baño de maría. Frutos tropicales bordados en puntos de
cruz sobre el mantel se prepararon psicológicamente para la pronta concepción.
Las palabras, como caballitos
de mar, navegaron sobre el estilógrafo y se internaron en las tinieblas blasfemas
de la tinta. Yina concretó las imágenes, inútilmente intentó deshacerse de su
nerviosismo por la pronta visita de su
agente editorial. Crispada de angustia, esparció la grasa “cero colesterol”
sobre la pantalla del computador, con esta técnica ella suavizaba las ideas
preconcebidas en su cerebro.
¿Sobre qué escribiría? Sobre
rosas fragantes. No, muy romántico.
¿Monstruos en el armario? Muy
trillado.
Se enfrentó en muchas ocasiones
a las líneas forjadas. Escasa de ingredientes narrativos, abrió su
alacena de escritora y extrajo los que utilizaría en su receta literaria:
- 250 g de vocales abiertas
- 2 tallos de vocales cerradas
- 250cm ó 8,5 onzas fluidas de puntos
- 10 cucharadas de sustantivos comunes
- 1 ½ taza de sustantivos propios
- ½ kilo de especias verbales
- 1 spray por 120 ml de adverbios
- ½ libra de tildes en astillas
- 1 lata abre fácil por 700g de consonantes
- ¾ de libra (375g) de adjetivos en julianas
- 1 tarro por 10g de comillas
- 4 dientes sofritos de guiones
- 7 de rodajas de semicomillas
- 1 caja de puntos suspensivos
Y, por si acaso, un corrector
de estilo, de los que ahora vienen envasados en botella de litro y medio.
Mezcló los ingredientes. La
conjunción de aromas salivaron sus
papilas. Pensamientos ansiosos bullían al ser espolvoreados con las astillas de
tildes. Salpimentó las julianas, las notó un tanto rugosas pero, al ver que se
alisaban con sus caricias, no les prestó mayor atención en la refractaria, que,
previamente untada con el sofrito de guiones, introdujo en el hombre caliente durante
dos horas. Satisfecho su paladar con la textura
y el sabor, la puso sobre la mesa y le dio el punto final.
Su editor llegó a la cita con
puntualidad inglesa. Entusiasmado, saboreó con intervalos de vino el segundo
plato de la exquisita receta. De pronto, sus labios expulsaron líquidos espesos
con tonalidades blancas, y lo desplomó un intenso dolor estomacal.
Yina entonces descubrió que un
moho desafiante y tóxico se había apoderado de la estructura narrativa de su
receta. Revisó las fechas de expiración en los empaques. Las julianas estaban
vencidas.
Tristemente constató que, el
adjetivo que no embellece, mata.
Poecuentos
Por: Martha Cuellar, Taller de escritores Gabo.
En una sociedad donde la
crítica es más fuerte que la creatividad, se constata realmente que “el
adjetivo que no embellece, mata” ya que se ha perdido la riqueza del lenguaje, aun
cuando está compuesto por cúmulos de vocabularios que impactan al lector. Los
mundos de imaginación carecen de construcción, basta ya del juicio, es hora ya
de edificar.
Por: July Blanco
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