domingo, 15 de febrero de 2015






Julianas gratinadas


Las ideas que atisbaban ansiosas, se aglomeraron  sobre la mantequilla previamente derretida al baño de maría. Frutos tropicales bordados en puntos de cruz sobre el mantel se prepararon psicológicamente para la pronta concepción.

Las palabras, como caballitos de mar, navegaron sobre el estilógrafo y se internaron en las tinieblas blasfemas de la tinta. Yina concretó las imágenes, inútilmente intentó deshacerse de su nerviosismo  por la pronta visita de su agente editorial. Crispada de angustia, esparció la grasa “cero colesterol” sobre la pantalla del computador, con esta técnica ella suavizaba las ideas preconcebidas en su cerebro.
¿Sobre qué escribiría? Sobre rosas fragantes. No, muy romántico.
¿Monstruos en el armario? Muy trillado.

Se enfrentó en muchas ocasiones a  las líneas forjadas.  Escasa de ingredientes narrativos, abrió su alacena de escritora y extrajo los que utilizaría en su receta literaria:


  • 250 g de vocales abiertas
  • 2 tallos de vocales cerradas
  •  250cm ó 8,5 onzas fluidas de puntos
  • 10 cucharadas de sustantivos comunes
  • 1 ½ taza de sustantivos propios
  • ½ kilo de especias verbales
  • 1 spray por 120 ml de adverbios
  •  ½ libra de tildes en astillas
  • 1 lata abre fácil por 700g de consonantes
  • ¾ de libra (375g) de adjetivos en julianas
  • 1 tarro por 10g de comillas
  • 4 dientes sofritos de guiones
  • 7 de rodajas de semicomillas
  • 1 caja de puntos suspensivos


Y, por si acaso, un corrector de estilo, de los que ahora vienen envasados en botella de litro y medio.

Mezcló los ingredientes. La conjunción  de aromas salivaron sus papilas. Pensamientos ansiosos bullían al ser espolvoreados con las astillas de tildes. Salpimentó las julianas, las notó un tanto rugosas pero, al ver que se alisaban con sus caricias, no les prestó mayor atención en la refractaria, que, previamente untada con el sofrito de guiones, introdujo en el hombre caliente durante dos horas. Satisfecho su paladar con la textura  y el sabor, la puso sobre la mesa y le dio el punto final.


Su editor llegó a la cita con puntualidad inglesa. Entusiasmado, saboreó con intervalos de vino el segundo plato de la exquisita receta. De pronto, sus labios expulsaron líquidos espesos con tonalidades blancas, y lo desplomó un intenso dolor estomacal.

Yina entonces descubrió que un moho desafiante y tóxico se había apoderado de la estructura narrativa de su receta. Revisó las fechas de expiración en los empaques. Las julianas estaban vencidas.
Tristemente constató que, el adjetivo que no embellece, mata.

Poecuentos
Por: Martha Cuellar, Taller de escritores Gabo.




En una sociedad donde la crítica es más fuerte que la creatividad, se constata realmente que “el adjetivo que no embellece, mata” ya que se ha perdido la riqueza del lenguaje, aun cuando está compuesto por cúmulos de vocabularios que impactan al lector. Los mundos de imaginación carecen de construcción, basta ya del juicio, es hora ya de edificar.

Por: July Blanco





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